GUILLERMO ARES/ Inmigrantes y emigrantes

GUILLERMO ARES/ Inmigrantes y emigrantes
  18/04/2017

 

Pocos son los que emigran por placer, crucé el gran Atlántico a mis veinticuatro años con tan sólo doce mil pesetas y la intención de conocer en dos años a la vieja Europa de los setenta a base de trabajar en cualquier cosa y volver a mi país para seguir comiéndome el Mundo.

            Eran otros tiempos, traía una excelente preparación profesional, conseguí trabajo de lo mío, en dos días, compré un 600 a los dos meses y “el km 0” seis meses después.

            Al cumplirse los dos años, Argentina era un país en guerra sucia, las fuerzas armadas gobernaban a sangre y fuego matando y haciendo desaparecer a culpables de tener ideas y a inocentes por no tenerlas y ser amigos de quienes las tenían.

            Ante tanto despropósito, preferí decir que no me dejaron volver a cambio de quedarme en un país floreciente, lleno de ilusiones, con mucho porvenir (nada de ironías, en aquella época hasta parecía posible).

            Hoy, a dos meses de cumplirse los cuarenta y tres años de aquella aventura, aquí sigo, nunca más volví a ese país que ya no es el que conocí y mucho menos “mío”.

            Hago este relato para asegurar que muy pocos nos vamos por placer, el emigrante lo hace en general escapando de una mala situación que puede ser política, económica o social, en mi caso, no se sale escapando pero no se vuelve por alguna de las mismas razones.

            En aquellos años setenta, en Argentina, con veinticinco millones de habitantes, dos millones y medio eran españoles, la mayoría huidos de la España del bajito que tanto ejemplo dejó.

            Ahora bien, eran trabajadores, porteros de fincas, conductores de tranvías, camareros, lecheros, panaderos o propietarios de un almacén de ultramarinos como el de Don Manolo de Mafalda.

            Trabajaban, duro, madrugando y acostándose molidos por la tarea diaria.

            Una vez en España, supe que también había emigrantes españoles en muchos países de las Américas, en Alemania y algún que otro país de Europa o Asia.

            Me consta que todos doblaban el lomo para mantener a sus familias, incluso, para mandar dinero a España según en qué casos.

            Parece entonces que es de bien nacido ser agradecido, por eso es que en España los extranjeros, aunque no todos ni de todas partes, gozan de grandes prestaciones sociales, económicas y de las otras que les permiten vivir una cómoda estancia en los bares de los pueblos o hacer chapuzas en negro para así poder mandar más dinero a sus países.

            Alguien se está equivocando en algunos conceptos, como la solidaridad con los inmigrantes y la falta de ella con los emigrantes que, recordemos por qué se emigra.

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