In conversation with / En conversación con: Josep A. Gisbert: El poder de la fotografía

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  08/05/2022

 

R.R.F.

 

Los álbumes familiares de fotografía han sido hasta hace poco la memoria gráfica de nuestra vida. Hasta la irrupción de la foto digital y la generalización del uso de las cámaras de los móviles, guardábamos esas imágenes en el álbum, en cajones, cajas o pequeños cofres. Las más significativas, las que nos traen los mejores recuerdos o aquellas en las que aparecen nuestros seres más queridos, las tenemos más a mano, en un marco sobre la estantería, la librería o cualquier otro mueble destacado de la casa. Son fotos que hablan de nosotros, de nuestra vida, de nuestras experiencias y de nuestras emociones, pero que pueden decir mucho más.

Además de inmortalizar el momento, sin saberlo y transcurridos los años, las fotografías pueden contener información valiosa para reconstruir el pasado. Son una poderosa fuente de información y cualquier detalle, que a nosotros quizás nos pase desapercibido, puede ser relevante.

Hace un par de semanas, y a raíz de que en enero se diese difusión a la datación de un nuevo nido de ametralladoras de la Guerra Civil en l’Almadrava de Dénia por los restos que había sacado el mar, salió a la luz una magnífica fotografía tomada a mediados del siglo pasado en la que se reconoce perfectamente la estructura del búnker o casamata, que era su nombre oficial. Aunque aparece en segundo plano, la foto es como un regalo caído del cielo. No había nada escrito sobre él y no se encontraron restos en el trabajo de campo realizado meses atrás para documentar estas construcciones defensivas, algo que a los estudiosos les parecía bastante extraño. Las casamatas levantadas a lo largo de la costa distaban unas de las otras entre 700 y 900 metros, y justo en esa zona había un vacío. Hoy, no solo sabemos de su existencia, sino que además podemos ver cómo era.

 

El nido de ametralladoras de l’Almadrava fue documentado a raíz de que un vecino pusiese en conocimiento de los redactores del catálogo la aparición de los restos de una construcción que podían ser de interés a la orilla del mar, cerca de la desembocadura del río Girona. Lo que los temporales habían dejado al descubierto había llamado la atención de Mateo Blay y el arqueólogo Toni Vergel, autor del catálogo de los búnkers de la guerra, constató que se trataba de uno más, el que hacía 19 y del que no se tenía constancia oral ni documental.

Mateo Blay contactó con otros vecinos para comentar lo ocurrido y, al poco, una vecina le mostró unas fotos antiguas que guardaba. Son fotografías en las que aparece su madre, Ángeles Espí Blanes, y otros familiares. En una, la madre de Mª Ángeles Moya -que así se llama la vecina que ha aportado las imágenes- está sentada junto a una niña en una barca, en el mar y a pocos metros de la orilla. Detrás se ve perfectamente el nido de ametralladoras, todavía en pie y con la estructura bien definida.

La foto, según explica el arqueólogo Josep A. Gisbert -director del proyecto al amparo del cual se realiza el catálogo de los búnkers de la guerra- constituye un auténtico tesoro documental. Fue tomada entre los años 1945 y1950, durante uno de los veranos que la familia Espí Blanes, procedente de Alcoy, pasó en la playa, como le relató Mª Ángeles Moya, que ahora reside en Valencia pero que todavía veranea en Dénia. Aquellos eran veranos muy distintos a los actuales y la fisonomía de la playa era otra.

Gisbert relata que en aquella época todavía eran visibles los restos de la factoría pesquera del duque de Lerma, con los muros levantados y un compartimento estanco que era utilizado las veces para guardar el ganado. Su uso como ‘corral de bous’ se prolongó en el tiempo. En aquellos años apenas había unas pocas casas de veraneo, cerca del mar, con cañizos y vegetación, nada que ver con los grandes bloques de apartamentos de ahora. La playa era también lugar de paso para rebaños de ovejas y otros animales.

Entre los restos de la estructura de la factoría pesquera y el nido de ametralladoras discurría la senda que daba acceso a las viviendas, en un paisaje prácticamente desértico que ahora nos parece idílico, lejos de las aglomeraciones de bañistas y sombrillas de los veranos de ahora. La desembocadura del Girona era frecuentada en aquel tiempo también por quienes sabían aprovechar los recursos pesqueros que ofrecía el mar, quienes disfrutaban yendo a polpejar o a coger cangrejos, por ejemplo, que compartían el goce del mar con los pocos veraneantes de entonces.

Unos metros más atrás, alejados de la primera línea de costa, se encontraba la Torre de l’Almadrava, una torre vigía del siglo XVI que se encontraba en medio de una gran finca de naranjos propiedad de Salvador Gisbert Mestre. Allí, en el año 1957 se encontró la inscripción sub umbra alarum tuarum protegem (a la sombra de tus alas me protejo). La inscripción, recuerda el arqueólogo, fue depositada en el Museo de Cerámica González Martí de Valencia y trasladada a Dénia a principios de los años 80. Actualmente se expone en el Museo Arqueológico de la ciudad. La misma inscripción está presente también en otras torres de defensa de la misma época situadas a lo largo de la costa.

El paisaje de este enclave de l’Almadrava de los años 50 se completaba con un Cuartel Carabineros, después de la Guardia Civil, que fue reformado posteriormente y convertido en edificio de apartamentos.

Josep A. Gisbert apunta que en ese paraje se encontró hacia el año 2000 un lingote de plomo con marcas de personajes del siglo I aC proveniente de las minas de Cartagena. Fue un hallazgo subacuático y años después, en 2010, el mar seguiría dando nuevas sorpresas en cuanto a la riqueza arqueológica de la zona.

 

La Rosa Madre

Fue precisamente Mª Ángeles Moya, la hija de la joven que aparece en la fotografía, quien dio cuenta al museo en 2010 del hallazgo de unas piezas de madera y unas tejas que había sacado el mar, tal y como recogíamos en estas mismas páginas. Las maderas pertenecían al casco de una nave que, según reveló la investigación, había naufragado en febrero de 1899. Se trataba de la Rosa Madre, una embarcación que hacía la ruta Marsella-Orán cargada de tejas y baldosas de factura francesa y que conservaban todavía la marca del fabricante marsellés.

            La casualidad quiso que de nuevo Mª Ángeles Moya aportase nueva luz sobre l’Almadrava y que, con su aportación, pusiese de manifiesto el importante papel de las imágenes -en este caso la fotografía- en la investigación y documentación histórica.

            El proyecto La República y la Guerra Civil, financiado por la Conselleria de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática y dentro del cual se desarrolla el proyecto de catalogación de la batería de nidos de ametralladoras de la guerra, da así un paso más con la constatación en imagen de lo que se tuvo constancia hace unos meses por el azar. El búnker de la desembocadura del río Girona, como tantos otros, sufrió un proceso de destrucción paulatino al que contribuyó, entre otras cosas, la dinámica del litoral. Frenar ese proceso de destrucción de las estructuras que todavía quedan medianamente en pie sería deseable para mantener viva la memoria y hacer real su protección, ya que están considerados bien de relevancia local.

            Gisbert subraya que tener las casamatas inventariadas y geoposicionadas es un primer paso, importante y necesario para proteger y difundir este bien patrimonial. Son elementos de la guerra civil que durante la posguerra sufrieron un proceso de deterioro y desmantelamiento y que, en muchos casos, han desaparecido a raíz de la limpieza de las playas o la ampliación de caminos para el paso de vehículos. Están situados en terreno de dominio público, como bien dice, y se dispone de fuentes, documentación y una memoria gráfica incipiente y antigua que nos indica cuáles eran sus características arquitectónicas. “Corresponde por tanto a la administración no solo catalogarlos, sino también protegerlos, conservarlos y balizarlos para que se sepa claramente qué son y dónde están”, indica el arqueólogo, “evitando así que desaparezca alguna estructura más y planteándose la posibilidad de musealizar alguno de los mejor conservados para convertirlo en verdadero centro de interpretación de la guerra”.

 

 

 

“A comienzos de 1937 los ingenieros militares trazaron un plan de defensa de costas. Todas las playas de Marinas, Bovetas y Palmares fueron elegidas para el emplazamiento de refugios para nidos de ametralladoras. En las escolleras Norte y Sur (en ésta frente a su comienzo) se construyeron igualmente dichas defensas; en la parte de las Rotas solo se instalaron unos pocos (la parte arenosa era más apta par los desembarcos). Sin embargo, para la defensa artillera eran las Rotas, estratégicamente, más aptas para la instalación de baterías de largo alcance” (Oliver Sanz de Bremond, E. (2017). La Guerra Civil Española)

 

“Los nidos de ametralladoras tenían la función principal de proteger las costas republicanas frente a cualquier tipo de ataque franquista, fascista o nazi. Donde acababa el ángulo de tiro de uno de ellos comenzaba el de al lado, de manera que cubrían completamente la línea de costa. Las funciones rutinarias, no obstante, eran de vigilancia, sobre las cuales debían realizar un informe diario y hacerlo llegar al organismo de Defensa de Costas, del que dependían. Podían llega a soportar hasta 550 kg/cm2” (Fernández Guirao 2008)

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