“Sabor natural” no significa casi nada

“Sabor natural” no significa casi nada
  11/03/2019

INÉS ROIG (*)

Según una encuesta, en la que se preguntó a consumidores de 28 países qué entendían por “sabor natural”, hubo variedad de opiniones. Para algunos de los participantes era todo aquello elaborado sin ingredientes artificiales; otros, que eran los productos 100% procedentes de la naturaleza y, la mayoría, que era un sinónimo de saludable. La clave del fenómeno parece estar en la última respuesta. ¿No será que la industria alimentaria se está beneficiando de qué esta etiqueta nos hace creer que su producto es más saludable, cuando no es cierto?

            No existe una legislación específica en la Unión Europea que defina el término. Aunque podemos decir que, es algo que nos recuerda al producto de origen, un concepto que genera un impulso de aceptación, confianza y compra. El consumidor demanda cada vez más alimentos naturales y “natural” es una tendencia al alza. Por mucho que lo natural no siempre sea bueno.

            El interés de la industria alimenticia por colocar ese etiquetado en sus productos está claro, y encaja en todo tipo de paquetes: en los de los zumos, repostería, paté, helados, tomate frito, quesos, cremas, mermelada, chocolate... Pero ni los sabores naturales son tan buenos (no tienen por qué ser ni saludables ni ecológicos) ni los artificiales son tan malos (en ocasiones, incluso son más seguros). Los saborizantes naturales suelen estar sometidos a mayores peligros de seguridad alimentaria que los químicos, porque se mueven en condiciones que no siempre están controladas, lo que nos hace reflexionar sobre la tendencia a rechazar la química y la tecnología. Está claro que lo natural no tiene por qué ser siempre mejor, pero es que tampoco está libre de química.

            El coste de fabricar un sabor natural y otro artificial, no siempre justifica la calidad del producto final. Por ejemplo el sabor del coco. Los saborizantes naturales dependen de una sustancia química llamada lactona de Massoia, que proviene de la corteza de un árbol que crece en Malasia. Recolectar este químico natural mata al árbol porque hay que remover la corteza para obtener la lactona. Además, se utiliza mucha mano de obra y alta tecnología, por lo que resulta bastante costoso. Sin embargo, es idéntico a la versión hecha en un laboratorio, por lo que al final el consumidor está pagando mucho más dinero por un producto que no es ni más seguro ni de mejor calidad.

            La historia se repite en multitud de productos. Hay muchos saborizantes naturales en el mercado, pero los más comunes, son el chocolate, la fresa y la vainilla, posiblemente el sabor más popular en todo el mundo. No solo está en dulces, helados y galletas, sino que se añade a otros alimentos porque mejora la percepción de otros sabores, como el del chocolate y el café.

            A pesar de ser tan popular, puede que nunca haya comido un producto que contenga extracto de vainilla natural, puesto que se obtiene de unas orquídeas de difícil recolección, que crecen en pocas zonas tropicales del planeta, lo que hace imposible abastecer la demanda anual que necesita el planeta. Lo que posiblemente haya comido son los creados en el laboratorio, con resultados en sabor casi idénticos. Si tiene la suerte de haber probado un producto elaborado con la vainilla natural (a unos 3.000 euros el kilo de extracto), quizá haya vivido una increíble experiencia sensorial. Pero solo será un sabor. Si le interesa saber la cantidad de azúcares, grasas y calorías que tiene el alimento en cuestión, tendrá que leer la etiqueta, porque nadie le asegura que sea precisamente bueno para su salud. Y eso es lo que importa, ¿no?

(*) Farmacia Les Marines.

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