Una enfermedad llamada vacaciones

  06/08/2014

??INÉS ROIG (*)

Pasar del estrés cotidiano al relax y el ocio ocasiona unos cambios hormonales y del sistema nervioso que llevan a algunas personas a enfermar cada año durante las vacaciones. Programar un aterrizaje suave, reservar tiempo para el disfrute personal y cuidar la dieta pueden evitarlo.
Son muchas las personas que se sienten agotadas, les duele la cabeza, están apáticos, solo tienen ganas de estar en la cama o les da fiebre por el cambio brusco que supone pasar de la sobreactividad a no tener nada que hacer. Estos males no tienen cura sino que son fácilmente evitables.
Los médicos atienden cada vez más a turistas con síntomas de enfermedades relacionadas con el hecho mismo de estar de vacaciones. El perfil de estos pacientes es, fundamentalmente, el de personas acostumbradas a vivir en la ciudad, con un cierto nivel de estrés, que al cambiar de hábitos, exponerse al sol, respirar aire puro y descansar sufren desordenes en su organismo y requieren atención médica. Algunos lo llaman “el síndrome de las vacaciones”, aunque también hay quien habla de “la depresión de la tumbona”.
Para algunas personas los días de descanso son una enfermedad real relacionada con las hormonas que activa el estrés y su repercusión en el sistema nervioso y el sistema inmunológico. Por eso es frecuente enfermar no solo en vacaciones si no cuando alguien deja de cuidar a un familiar hospitalizado o supera una situación traumática y estresante, es decir, cuando el cuerpo se relaja tras estar sometido a mucha tensión. Lo que nos enferma no son las vacaciones, sino el ritmo vital que tenemos el resto del año y el choque frontal que supone para muchas personas pasar de la presión del trabajo, de la conciliación familiar y social a disponer de tiempo libre.
Llegamos a normalizar un nivel de estrés muy elevado porque es el ritmo al que nos habituamos durante muchos meses al año, y si ese ritmo frena y hacemos un punto y aparte, el organismo lo percibe como un cambio radical, le cuesta habituarse de un día para otro y aparecen jaquecas, insomnio, angustia, irritabilidad... A menudo el cambio resulta aún más brusco porque las semanas previas a las vacaciones acostumbran a concentrar mucho ajetreo para dejar el trabajo terminado, hacer los preparativos de algún viaje, resolver las cuestiones domesticas o familiares pendientes.
Lo bien o lo mal que a uno le sientan las vacaciones no es solo cuestión de hormonas, tiene mucho que ver con la personalidad de cada cual. Aquellos que tienen una alta implicación laboral, con un sentido de la urgencia y de la impaciencia elevado, que se sienten bien trabajando bajo presión.
También hay circunstancias familiares y sociales que contribuyen a que no todas las personas se sientan bien de vacaciones. Otras veces son razones económicas las que provocan el malestar.
La solución ideal es prevenir el estrés durante todo el año, pero como eso no se puede evitar siempre, hay que preparar un aterrizaje suave y no pasar de cero a cien en unas horas. Se deben dedicar uno o dos días a descansar. También es importante preparar las vacaciones con antelación y no hacer actividades por hacer, por llenar el tiempo.
La forma de descansar y disfrutar es siempre personal. Es importante que cada uno descubra qué le llena, qué le satisface y dedicar el tiempo libre que proporcionan las vacaciones a aquello con lo que se disfruta.
(*) Farmacéutica

 

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